miércoles, 11 de agosto de 2010




De esta entrevista a la filósofa húngara Agnes Heller:

–En un momento dice que “los relativistas son los cobardes del pensamiento”, que el relativismo no es una posición epistemológica. ¿Puede ampliar esta idea?

–Ciertamente el relativismo no es una posición epistemológica. Cuando alguien adopta un punto de vista, toma responsabilidades por ese punto de vista. Este tema lo desarrollo en el capítulo sobre la verdad en el que me refiero a Kierkegaard. La verdad es lo que es la verdad para mí, pero yo adopto responsabilidades por esa posición. El relativismo no conoce la práctica de tomar responsabilidades por sus verdades. Cuando digo la verdad, me refiero a la verdad subjetiva, a las subjetividades. Kant lo expresa afirmando “esto es lo que considero que es verdad”. Yo no niego que otra gente considere otra cosa, incluso digo que tienen el derecho y son sinceros. Pero sólo puede haber relativismo en la articulación de verdades “absolutas”.

–¿Esa cobardía es porque el relativista no apuesta, no hace una elección?

–Ese es justamente uno de los puntos centrales: la apuesta de Pascal. Yo pongo todas mis convicciones, toda mi vida sobre la apuesta. El relativista, en cambio, no.


–En un momento menciona una pregunta que lanzó el joven Luckács: “¿Quién nos salvará de la civilización occidental?”. ¿Considera que esa pregunta sigue teniendo validez o hay otro tipo de pregunta que la ha reemplazado?

–Luckács la escribió cuando era un joven intelectual radical, pero desde entonces mucha otra gente se volvió a hacer esa misma pregunta. Los enemigos de la civilización occidental son los críticos culturales; es muy elegante ser un crítico cultural porque siempre puede decir que todo lo que dice la cultura está mal, que no sabés nada de literatura, que no sabés lo que es la buena música, que no hay más un Beethoven o un Rembrandt. Los artistas contemporáneos son tan sinceros o poco sinceros como hace 200 años. Se interesan tan poco por el poder como los artistas del siglo XVII. El concepto de decadencia –que ahora todos los artistas son mercenarios que venden su arte– me parece incorrecto. Odiar el presente es odiarnos a nosotros mismos. Hay una tendencia a idealizar el pasado griego: que eran elevados, sublimes. ¡Deberían leer a Aristófanes para ver cómo los griegos no eran mejores que nosotros! No me gustan la nostalgia ni el odio hacia los contemporáneos.




Pascal desarrolla su religiosidad en el concepto de la apuesta: el hombre tiene que elegir. Entonces, elegir entre la fe religiosa o la otra vida, la que todos tenemos. Piensa: si apuesto a la fe religiosa y gano, tengo el cielo eterno. Si apuesto a la fe religiosa y Dios no existe, no es tan grave, apenas desperdicié mi vida. Si apuesto a la no fe religiosa y gano, no gané tanto: apenas una vida de placeres. Si apuesto a la no fe religiosa y pierdo, recibo el castigo eterno. La apuesta es obvia: apostar a la fe religiosa.
Me gusta discutir con Pascal. Como dicen en la excelente película de Rohmer Ma nuit chez Maud: la ortodoxia de Pascal no es mi manera de sentir a Dios, yo quiero disfrutar del ésta botella de vino. Lo que le discuto a Pascal es su idea de que la puerta de entrada a Dios es solamente Jesucristo, son solamente las escrituras. Y no la naturaleza, ni el placer, ni nuestra época particular, a la que considero una responsabilidad moral estar amando.
Dice el poeta indio Rabindranath Tagore:

Para mí la religión es una cosa muy concreta, aunque no tenga derecho a hablar de ella. Pero si de algún modo he llegado a comprender a Dios, si la visión de Dios me ha sido dada, debo haber recibido la visión a través de este mundo, a través del hombre, a través de los árboles y aves y animales, y polvo y barro.




Hace un tiempo, para otro blog, escribí este texto sobre Pascal.


Cada cierta cantidad de tiempo, en épocas de crisis, me obsesiono con Pascal y no puedo pensar en otra cosa.

Era un genio, y desde que su mamá se murió su papá se ocupó de educarlo. Le preparó un programa bastante estricto; por ejemplo, se le prohibía estudiar latin y griego hasta los 12 años para no descuidar la gramática francesa, etcétera. Una de las materias que tenía prohibidas eran las matemáticas. Una vez, curioso, le preguntó a su papá qué era esa ciencia que tenía oculta, y el papá a grandes rasgos le habló de la geometría, le dijo que es un medio para construir figuras exactas y para encontrar las proporciones que tienen entre sí, y le hizo prometer no volver a preguntar ni pensar en eso. Entonces Pe se puso por la suya a investigar, dibujando en las baldozas de la vereda con carbón, encontrando la manera de dibujar un círculo perfecto, calcular los lados de un triángulo y demás. Fue encontrando las proporciones entre las figuras, y todo en secreto, latente y vibrante, a espaldas de todo el mundo. Como nunca había visto un libro de matemáticas ni había hablado con nadie sobre el tema no conocía la terminología y al círculo le decía redondel, a la línea barra, etcétera. Fue avanzando, hizo axiomas, y, una cosa lleva a la otra, llegó a descubrir hasta la trigésimo segunda proposición del primer libro de Euclides. Su papá lo descubrió, no lo pudo creer, lloró. A los ocho años Pascal había, de algún modo, inventado las matemáticas. Nadie pudo negarle los libros, el papá entendió que no podía seguir encerrando esa macabeza, y Pe siguió estudiando matemáticas, solo, sin maestros, en sus ratos de recreo. A los 16 años ya era una eminencia en Paris. A los 18 empezó a estar mal de salud. A los 19 inventó la primera calculadora. A los 23 ya tenía escrito un tratado sobre el vacío que es una joya. Se basa en el descubrimiento de que todos los fenómenos atribuidos al horror del vacío no son causados por el vacío sino por el peso del aire.


A los veinticuatro vio a Dios, y, cuenta su hermana Gilberte Pascal, “renunció a los demás conocimientos, para dedicarse únicamente a lo único que Jesucristo considera necesario”.

En el principio fue la certeza de que todo lo que es objeto de la fe no lo es de la razón. Pascal, inconciente de lo que el pensamiento geométrico había hecho en su modo de entender a Dios, niega a la razón, niega a las matemáticas. Se sometió, dice su hermana, “como un niño” a los asuntos de la religión. Ni siquiera se interesó por el desarrolló de la Teología, despreciaba todas las ramas del intelecto y la filosofía. La única obra que quiso publicar en su vida, hoy conocida como los Pensamientos, es un compendio de anotaciones sueltas. Se siguió enfermando.



Entre otras molestias, le ocurría que no podía tragar nada líquido a no ser que estuviera caliente, e, incluso, solamente podía tomarlo gota a gota. Pero como además tenía un dolor de cabeza insoportable y un excesivo ardor de vientre tenía que tomar una serie de medicinas cada dos días, que había que calentárselas y hacérselas tragar gota a gota, sin que nunca se haya quejado. A los treinta años se retiró del mundo. Renunció “a todo placer y superfluidad”. Prescindió de sus empleados salvo para buscar comida en la ciudad, porque su enfermedad le prohibía transladarse. Se aprendió la Biblia de memoria. Era impresionantemente elocuente para expresar sus ideas, simple e intenso. Entregó su vida a convencer ateos y a dar consejos y aclaraciones a católicos con problemas de fe. Como el contacto con la gente muchas veces le daba placer, se hizo un cinturón de hierro lleno de puntas hacia adentro al que daba codazos cada vez que tenía una idea vanidosa o se regocijaba en algún razonamiento. No le permitía a nadie amarlo demasiado, “con apego”, porque creía que el único apego que hay que tener es hacia Dios. Donó todo. Tenía un estoicismo olímpico frente a la enfermedad, “porque conozco los peligros de la salud y las ventajas de la enfermedad”. “La enfermedad es el estado natural de los cristianos”, decía. Murió a los 39 años y dos meses de edad.


El año pasado estuve con mi novia en la montaña. Fue mi primer encuentro violento con la naturaleza. Durante esos 20 días de silencio casi absoluto, frente a un paisaje sin texto, leí solamente los Pensamientos de Pascal, una vez y otra, escribiendo en todos los márgenes del libro con dos lapiceras, una azul y otra verde. Esta noche (son las cuatro y cuarto de la madrugada del 14 de julio de 2009) volví a encontrar ese libro roto, escrito y desprolijo. Con Mari, mi novia, estamos mal, y pensar en ese viaje me angustia del todo. Los gatos duermen. Mi biblioteca está ordenada, el resto de la casa es un desastre. Cuando termine de escribir esto voy a andar en bicicleta por la ciudad hasta que amanezca.


En el margen, al final del artículo I del libro, escribí:

La crítica de Pascal es a la simplificación del hombre que, egoísticamente,supone que nuestra raza fue “arrojada” en un mundo (P. pareciera parodiar al existencialismo 200 años antes de Kierkgaard). Dios para Pascal es algo parecido al –prana-, una fuerza que está y respira en todas las cosas de la naturaleza, entre las que somos una más, y derivamos de las demás, y estamos en las demás, y siempre que pensemos y verbalicemos lo vamos a hacer desde las demás, ya que no tenemos una creatividad que invente elementos nuevos, sino que combina los conocidos, y todos los conocidos son anteriores, y todo lo anterior es naturaleza, es dios. Nuestro principio y nuestro fin es ese dios del que somos una parte minúscula, tan incapaz de entender a la totalidad que se siente “arrojada”, “ajena”.


El Artículo II empieza así:

INFINITO. NADA

Nuestra alma es echada en el cuerpo, en que ella encuentra número, tiempo, dimensión. Ella razona sobre esto, y llama a esto naturaleza, necesidad, y no puede creer en otra cosa.

La unidad añadida a lo infinito no le aumenta en nada, no más que un pie añadido a una medida infinita, y se convierte en pura nada. Así nuestro espíritu ante Dios. Así nuestra justicia ante la justicia divina.

(la traducción es de Carlos Ortega con correcciones mías)

Hago dos anotaciones, y desde ahora pascal en común y yo en cursiva:

Las leyes de la naturaleza son la justicia de dios que tenemos que ver y entender. Es severa y bella. Que “severo”, que algunos “cruel” sean negativos es problema nuestro. El miedo a la muerte, al despedazamiento (a la naturaleza) son problemas nuestros. De ahí los errores de la justicia humana.

En dios no hay lenguaje ni valores. El lenguaje es humano, los modelos que lo rigen son el “número, tiempo, dimensión” de nuestro cuerpo, son nuestra respiración. ¿La música?

Sigue P.:

Nosotros conocemos que hay un infinito e ignoramos su naturaleza, como sabemos que es falso que los números sean finitos; hay, pues, en verdad, un infinito en número, pero nosotros ignoramos lo que sea. Es falso que sea par y es falso que sea impar; porque añadiéndole una unidad no cambia de naturaleza; sin embargo es un número, y todo número es par o impar; verdad es que esto se entiende de todos los números infinitos.

Todo lo incomprensible, lo que nos es imposible, inabarcable, inestudiable, se llama dios.

Acepta lo incomprensible, la imposibilidad humana, pero solo ante dios.

La naturaleza de un hombre es la de la religión que elija. El estudio de la religión es el estudio de la verdadera naturaleza humana.

Ninguna religión, sino la nuestra, ha enseñado que el hombre nace del pecado.

La verdad como método.

Toda la conducta de las cosas debe tener por objeto el establecimiento y grandeza de la religión; los hombres deben tener en sí mismos sentimientos conformes con lo que ella nos enseña; y, en fin, ella debe ser totalmente el objeto y el centro a que todas las cosas tienden, que cualquiera que conozca los principios de la religión pueda dar razón de toda la naturaleza del hombre en particular, y de toda la conducta del mundo en general.

(…) Ella enseña, pues, a los hombres estas dos verdades a la vez: que hay un Dios de quien los hombres son capaces, y que hay una corrupción en la naturaleza que les hace indignos de ella.

Las grandezas y las miserias del hombre son tan visibles que es necesario que la verdadera religión nos enseñe que hay un gran principio de la grandeza del hombre, y que hay un gran principio de esta grandeza.

La religión como Vía, construída de materiales humanos, hacia lo divino. Sin una vía el infinito es invisible, pero la vía no es el infinito, la vía es humana, o ni siquiera: está construída por humanos, no es divina, no es ni humana.

Cada uno tiene la vía que pudo tener, cada uno es responsable de la suya.

¿Qué será del hombre? ¿Será igual a Dios o a las bestias? ¡Qué espantosa distancia! ¿Qué seremos, pues? ¿Quién no ve en eso que el hombre ande perdido, que ha caído de su lugar, que lo busca con inquietud, que no puede volverlo a encontrar?

Yo: hacer un producto para dios Y para las bestias.

En vano, oh mortales, buscáis en vosotros mismos el remedio a vuestras miserias. Todas vuestras luces no pueden alcanzar sino a conocer que no es dentro de vosotros mismos donde encontraréis la verdad del bien.

¿En Dios que está en este pasto?

Todo lo creado por el hombre es cognoscible y estudiable. Todo lo no creado por el hombre es inabarcable, es Dios. En términos absolutos. Veo este pasto y no hay ninguna cosa que sepa de él. Veo este libro y sé todo de él.

No esperéis, pues, verdad ni consuelo de los hombres. Yo soy la que os ha formado y yo sola puedo enseñaros lo que sois.

“La prueba de la naturaleza” que dice Juanele que dice Machado: Oponernos en soledad a ella para pensar en nosotros. La naturaleza no nos responde?

Para trascender pensar en el origen.

He aquí el estado en que los hombres se encuentran hoy. Les queda, de su primera naturaleza, algún instinto poderoso de felicidad; pero están sumergidos en las miserias de su ceguera y de su concupiscencia, que se ha convertido en su segunda naturaleza.

Conocer al hombre solo es posible conociendo su origen en la naturaleza, que estructura todo su pensar, sentir y hablar.

Nada choca a la razón tanto como decir que el pecado del primer hombre haya hecho culpables a todos aquellos que estando alejados de esta fuente parecen incapaces de participar de ella. Este derramarse del pecado no solo nos parece imposible: nos parece, además, muy injusto.

El hombre es naturaleza corrompida.

El cristianismo es extraño: ordena al hombre que reconozca que es vil y hasta abominable y le ordena que quiera parecerse a Dios. Sin un tal contrapeso esta elevación le convertiría en horriblemente vano, o aquel rebajamiento lo haría horriblemente abyecto.

Las vías del hombre deben ser contradictorias. Por una defensa de la contradicción.

No se encuentra en la religión cristiana ni un rebajamiento que convierte en incapaces del bien ni una santidad exenta de mal.

No hay doctrina más propia del hombre que ésta, que le instruye en su doble capacidad de recibir y de perder la gracia, a causa del doble peligro a que está siempre expuesto, de desesperación, y de orgullo.

La suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan. Cuando no conoce esto, la razón es débil. Dúdese donde es debido, afírmese donde es debido, empléese la sumisión donde es debido.



La fe dice, en verdad, lo que los sentidos no dicen, pero no lo contrario. Está por encima, no en contra.

La búsqueda de Dios (de la naturaleza, lo incomprensible, el infinito) se dio en la observación de Dios: La observación de Yo -menos- Lo Humano (lo no-Dios) = Lo Dios en Yo. La observación de la naturaleza.

Dios + humano observa a Dios = restar lo humano.

Odiamos eso de lo que queremos deshacernos cuando miramos la naturaleza, lo que nos sobra para ser uno con -.

Representarnos que Lo Humano desaparece para acercarnos a la estructura pura (que está en la naturaleza, sin lo humano).

Lo Humano es argumento.

Lo Divino es forma, estructura.

La religión es la vía para deshacernos del argumento y quedarnos con la forma.

—————- Lo Bueno, para mí, es ese Equilibrio.

La gracia no es más que la figura de la gracia, porque aquella no es el último fin. Ha sido figurada por la ley, y figura, a la vez, la gloria; pero ella es a la vez la figura y el principio o la causa.

Para mostrar que el Antiguo Testamento no es sino figuras, y que por los bienes temporales los profetas entendían otros bienes, basta pensar en que primeramente aquello sería indigno de un Dios. En segundo lugar, que sus discursos son oscuros, y que su sentido no será entendido, de lo cual aparece que su sentido no es el que expresaban al descubierto, y que, por consiguiente, entendían hablar de otros sacrificios, de otro libertador, etc. Decían que no se entenderá eso hasta el fin de los tiempos (Jeremías XXXIII, últ.)

La tercera prueba es que sus discursos son contradictorios y se destruyen, de suerte que, si se piensa que ellos no han entendido por la ley y por sacrificios otra cosa que los de Moisés, hay contradicción manifiesta y grosera: por consiguiente, ellos entendían otra cosa, lo cual explica que se contradijeran a veces en un mismo capítulo.

Contradicción como ampliador.

Pensar cómo un genio precisa maravillarse frente a lo que supera su razón: cómo lo busca.


(El designio de Dios es el de perfeccionar más la voluntad que el entendimiento. Pero la claridad perfecta no serviría más que el entendimiento, y perjudicaría a la voluntad.) Si no hubiese oscuridad, el hombre no sentiría su corrupción. Si no hubiese luz, el hombre no esperaría remedio. Así es, no solamente justo, sino útil para nosotros, que Dios esté en parte oculto, y en parte descubierto; ya que tan nocivo es conocer a Dios sin conocer la propia miseria como conocer la propia miseria sin conocer a Dios.

Buscar otros propósitos que pueda tener la oscuridad, además de los que señala Pascal en la Biblia.

- Por contraste: generar misterio en textos ricos desde su claridad.

- Como generadora de energía: crea en el lector un esfuerzo que posteriormente se sostendrá en partes menos oscuras.

- Como recreadora del efecto místico de una experiencia.

- Como presencia donde con claridad y desarrollo de ideas se progresó hacia lo innombrable.

- Como contrapunto, para transitar diversos registros.

La oscuridad en sí misma tiene un efecto pobre e insuficiente pero en dosis justas transmite experiencias de trascendencia muy alta.


Voy por la mitad del libro y estoy cansado de transcribir. Me acuerdo del momento en el que hice cada anotación, me muero de nostalgia viéndola a Mari buscar ramas secas mientras atardece para hacer una fogata y comer una polenta con vino en la orilla del lago Natación, con un frío de cagarse en pleno enero, dándole vueltas y vueltas en mi cabeza a la relación entre la geometría y las búsquedas espirituales, entre el cuerpo y lo abstracto, la respiración y la inexistencia del tiempo. ¿Pascal de verdad tomó la decisión de dedicarse a la vía mística? ¿Tuvo la opción? ¿Decidió ser un genio en las matemáticas? ¿Decidió extremar la fuerza de su enfermedad, de su terror, para sentirse más humilde, más cerca de Dios?

Porque yo siento que nunca en mi vida tomé una decisión. Nunca me dieron a elegir.

Supongo que Osvaldo Lamborghini también se estaría sintiendo un poco como Pascal (un Pascal poslacaniano y violado de chico) mientras, antes de morir, iba eligiendo las catorce palabras de su último poema:

no escribió
poesía
sin
embargo
la tenía

Toda
adentro: igual
desdeñoso
impertérrito
NO
ELEGÍA





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