jueves, 19 de agosto de 2010




Hace unos días, creo que fue en la época de la discusión sobre la ley de matrimonio igualitario, tuve un par de discusiones o charlas por facebook sobre temas relativos a la iglesia y las religiones. Es difícil, en esta época adicta al café, declarar simpatía por las religiones: sus representantes son corruptos, políticos, enfermos, imbéciles, en el mejor de los casos solamente personas que no entienden nada. Hay excepciones, por supuesto, pero estas excepciones no tienen ninguna representatividad: un cura copado no representa a la Iglesia, un buen instructor de yoga es una rareza frente al caudal de ñoños, chantas y cursis que flotan en la ciudad. Esto va acompañado de las modas: desde hace unos cincuenta años está de moda el ateísmo respecto a las religiones occidentales, desde hace un poco menos está de moda una lectura edulcorada respecto a las religiones orientales, que promueve un mercado conformista y concheto.




Y en el medio, uno lee los textos sagrados y se emociona. O hace yoga y medita y tiene experiencias zarpadas, impactantes. Y decide hablar, y tiene que decir la verdad: las religiones son algo hermoso, son joyas de la humanidad, pero joyas mal custodiadas u olvidadas en habitaciones viejas que se están viniendo abajo.

Pasa lo mismo con el arte.


En una entrevista, le preguntan a Bolaño sobre sus vaivenes entre definirse como un poeta antes que un escritor o viceversa. Y responde:

-En un país como Chile, donde hasta los expertos en poesía no tienen ni idea de qué es un dímetro coriámbico, resulta peligroso definirse como poeta. Digamos que a la gran mayoría de los, así llamados, poetas chilenos les basta con ejecutar (mal) y entender (peor) el blank verse isabelino. Añadamos que en Chile se baila la cueca del pentámetro yámbico no rimado, pero todo el mundo (académico) ignora las virtudes del endecasílabo suelto, que viene a ser lo mismo que el blank verse. Si somos hijos de tigre, ¿por qué nos comportamos como gatos?, se preguntaba Nicanor Parra. Cada día tengo más fundadas sospechas de que no somos, finalmente, hijos de tigre, sino más bien de gato. Y así nos comportamos, como mininos, y así nos va.

El asunto, se exprese como se exprese, es muy claro: hay que sacar al artista del lugar de pelotudo en que se lo puso. Y también al religioso. Creo que son más o menos la misma cosa: dedicar la vida a la creación artística, se lo justifique como se lo justifique, es o un juego o un acto de fe. Yo no voy a hablar del juego porque los juegos me aburren.


La creación artística y el trance religioso son más o menos lo mismo. El calor que sube por la columna hasta la coronilla, el ánimo exaltado, la lucidez extremada como si se estuvieran usando zonas del cerebro que no se usan habitualmente, una manera distinta de percibir los colores, los límites, cada cosa. No es algo muy místico ni difícil de entender: el arte y las experiencias religiosas generan situaciones corporales semejantes, siempre que haya cierto grado de receptividad.


Vuelvo a la discusión en facebook sobre religiones e iglesias. Discutía, contaba, con mi amigo Nacho, y yo trataba de explicarle que la iglesia es un asunto cultural y la religión no. Con algo que no es un "asunto cultural" me refiero a algo que puede ubicarse facilmente fuera del tiempo. Es la diferencia entre la poesía y la letra de canciones o la narrativa: la poesía no se lee desde el principio hasta el final, está más cerca de lo pictórico: uno necesita alejarse de un poema, recorrerlo varias veces con la mirada. Hay un recorrido visual, hay zonas fuertes y zonas débiles que no necesariamente se inter relacionan. Nadie lee poemas desde la primera palabra a la última, en una secuencia temporal, y listo, y terminó, y da vuelta la página. No hay un empezar ni un terminar: hay una situación afuera del tiempo. Es lo mismo la experiencia mística: un segundo puede profundizarse (prolongarse hacia adentro) infinitamente, ser insoportable o bellísimo, no importa. En realidad lo que me interesaba de todo este choclo era llegar a algo que me parece que ya evidencié: no puede hablarse de las religiones desde la cultura (ni desde las iglesias) porque la poesía es eso preciso que no puede traducirse. Y es la poesía lo que las religiones trabajan, y todo lo demás, lo de alrededor, es boludeces. Lo único válido es esa experiencia mística, poética, a esta altura da igual. Eso es lo que buscamos alcanzar en las clases de yoga. Alguien hablando de esta clase de experiencias es como un gato jugando con una piedra preciosa o como un bebé jugando con un reloj.

Hay, sí, que traducir. Pero no es muy difícil: entendamos a la iluminación como una instancia individual de la revolución.


Y pensaba en todo esto cuando me encontré con una entrevista a Juanele Ortiz en la que Tamara Kamenszain le pregunta cómo abordar el término "poesía". Me gustaría usar esta entrevista para tentar una aproximación a lo que intento con mis alumnos en las clases de yoga.

La poesía es la realización del estado de infancia que debe permanecer a través de todas las edades del hombre. Y llamo estado de infancia a esa frescura, sensibilidad, disponibilidad, a esa apertura hacia todo lo que aparece; hacia todo lo que parece viejo y es nuevo. Hasta la materia misma puede acceder a lo que llamamos vida, y la poesía es el descubrimiento de la realidad interior de las cosas.

- ¿Se puede hablar de temas poéticos?

No hay temas en poesía. Hay constantes poéticas pero la poesía puede ser lo menos temático. Se suele creer que el tema es algo objetivo que está frente al poeta y que este lo aborda. Pero la experiencia poética es una percepción, un sentimiento de ciertas zonas de la realidad que el conocimiento racional no abarca. La poesía es fundamentalmente descubrimiento. Esto no debe ser interpretado como que el poeta, que vive en una época determinada y está vinculado con los hombres y los hechos, no escucha la voz de su pueblo, esa voz que le permite tener una esperanza en la revolución.

- ¿Cual es la relación entre esa voz del pueblo y la poesía?

Es una relación profunda. El pueblo es la naturaleza. En general cuando hablamos de naturaleza nos referimos a algo muerto en el que el mundo vivo -animales, hombres- no participa. La poesía intenta hacer participar al hombre de lo natural. La reivindicación poética implica la reivindicación del hombre.



- ¿Cómo relaciona en su vida lo político y lo poético?

Como dice Cesaire "la poesía es revolución". Si la actitud política es como la definieron los griegos, todo lo que atañe a la ciudad, y la poesía es lo que ha nacido del hombre, cómo podría la poesía desinteresarse en las manifestaciones de éste. El poeta es el que ve el sufrimiento de una planta, de un insecto, el drama de la luz, cómo no va a ver el sufrimiento del hombre.

(...)



Me siento inclinado a la naturaleza en su virginidad. Pero no hablo de la naturaleza tomada en grande, sino de una hojita o de una brizna. Siento a través de la brizna toda la vida que está bullendo alrededor de ella. El tema serían las cosas naturales y no la naturaleza. Aunque por otro lado siento más el jardín como un acceso al más allá del jardín, a los horizontes, al infinito. Cualquier planta me sugiere la vida de relación que mantiene con su alrededor. Por ejemplo, la relación que hay entre la circulación de la savia y el canto de las aves o la hoja que se mueve al ritmo del canto musical del pájaro. Esto es por un lado comprobación y por otro -o como lo mismo- imaginación. Y la poesía sería frente a todo esto la voz del nivel humano entretejida a todas estas relaciones. Nosotros creemos que el ritmo, "la voz", es totalmente nuestra, pero resulta que también es de afuera. Y nuestra seguridad está dependiendo de ese ritmo.

(...)

- ¿Pero la propia experiencia de vida no le fue aportando mayor riqueza para la creación?

Sí, pero no en el sentido corriente en que se entiende riqueza, sino, paradójicamente, haciéndome más pobre para poder incorporar la riqueza de la pobreza. El budismo dice que "el hombre debe volverse límpido para que el universo sea más suyo". Cuando más despojados nos volvamos más acorde estaremos para fundirnos con la armonía múltiple y esencial del universo.



miércoles, 11 de agosto de 2010




De esta entrevista a la filósofa húngara Agnes Heller:

–En un momento dice que “los relativistas son los cobardes del pensamiento”, que el relativismo no es una posición epistemológica. ¿Puede ampliar esta idea?

–Ciertamente el relativismo no es una posición epistemológica. Cuando alguien adopta un punto de vista, toma responsabilidades por ese punto de vista. Este tema lo desarrollo en el capítulo sobre la verdad en el que me refiero a Kierkegaard. La verdad es lo que es la verdad para mí, pero yo adopto responsabilidades por esa posición. El relativismo no conoce la práctica de tomar responsabilidades por sus verdades. Cuando digo la verdad, me refiero a la verdad subjetiva, a las subjetividades. Kant lo expresa afirmando “esto es lo que considero que es verdad”. Yo no niego que otra gente considere otra cosa, incluso digo que tienen el derecho y son sinceros. Pero sólo puede haber relativismo en la articulación de verdades “absolutas”.

–¿Esa cobardía es porque el relativista no apuesta, no hace una elección?

–Ese es justamente uno de los puntos centrales: la apuesta de Pascal. Yo pongo todas mis convicciones, toda mi vida sobre la apuesta. El relativista, en cambio, no.


–En un momento menciona una pregunta que lanzó el joven Luckács: “¿Quién nos salvará de la civilización occidental?”. ¿Considera que esa pregunta sigue teniendo validez o hay otro tipo de pregunta que la ha reemplazado?

–Luckács la escribió cuando era un joven intelectual radical, pero desde entonces mucha otra gente se volvió a hacer esa misma pregunta. Los enemigos de la civilización occidental son los críticos culturales; es muy elegante ser un crítico cultural porque siempre puede decir que todo lo que dice la cultura está mal, que no sabés nada de literatura, que no sabés lo que es la buena música, que no hay más un Beethoven o un Rembrandt. Los artistas contemporáneos son tan sinceros o poco sinceros como hace 200 años. Se interesan tan poco por el poder como los artistas del siglo XVII. El concepto de decadencia –que ahora todos los artistas son mercenarios que venden su arte– me parece incorrecto. Odiar el presente es odiarnos a nosotros mismos. Hay una tendencia a idealizar el pasado griego: que eran elevados, sublimes. ¡Deberían leer a Aristófanes para ver cómo los griegos no eran mejores que nosotros! No me gustan la nostalgia ni el odio hacia los contemporáneos.




Pascal desarrolla su religiosidad en el concepto de la apuesta: el hombre tiene que elegir. Entonces, elegir entre la fe religiosa o la otra vida, la que todos tenemos. Piensa: si apuesto a la fe religiosa y gano, tengo el cielo eterno. Si apuesto a la fe religiosa y Dios no existe, no es tan grave, apenas desperdicié mi vida. Si apuesto a la no fe religiosa y gano, no gané tanto: apenas una vida de placeres. Si apuesto a la no fe religiosa y pierdo, recibo el castigo eterno. La apuesta es obvia: apostar a la fe religiosa.
Me gusta discutir con Pascal. Como dicen en la excelente película de Rohmer Ma nuit chez Maud: la ortodoxia de Pascal no es mi manera de sentir a Dios, yo quiero disfrutar del ésta botella de vino. Lo que le discuto a Pascal es su idea de que la puerta de entrada a Dios es solamente Jesucristo, son solamente las escrituras. Y no la naturaleza, ni el placer, ni nuestra época particular, a la que considero una responsabilidad moral estar amando.
Dice el poeta indio Rabindranath Tagore:

Para mí la religión es una cosa muy concreta, aunque no tenga derecho a hablar de ella. Pero si de algún modo he llegado a comprender a Dios, si la visión de Dios me ha sido dada, debo haber recibido la visión a través de este mundo, a través del hombre, a través de los árboles y aves y animales, y polvo y barro.




Hace un tiempo, para otro blog, escribí este texto sobre Pascal.


Cada cierta cantidad de tiempo, en épocas de crisis, me obsesiono con Pascal y no puedo pensar en otra cosa.

Era un genio, y desde que su mamá se murió su papá se ocupó de educarlo. Le preparó un programa bastante estricto; por ejemplo, se le prohibía estudiar latin y griego hasta los 12 años para no descuidar la gramática francesa, etcétera. Una de las materias que tenía prohibidas eran las matemáticas. Una vez, curioso, le preguntó a su papá qué era esa ciencia que tenía oculta, y el papá a grandes rasgos le habló de la geometría, le dijo que es un medio para construir figuras exactas y para encontrar las proporciones que tienen entre sí, y le hizo prometer no volver a preguntar ni pensar en eso. Entonces Pe se puso por la suya a investigar, dibujando en las baldozas de la vereda con carbón, encontrando la manera de dibujar un círculo perfecto, calcular los lados de un triángulo y demás. Fue encontrando las proporciones entre las figuras, y todo en secreto, latente y vibrante, a espaldas de todo el mundo. Como nunca había visto un libro de matemáticas ni había hablado con nadie sobre el tema no conocía la terminología y al círculo le decía redondel, a la línea barra, etcétera. Fue avanzando, hizo axiomas, y, una cosa lleva a la otra, llegó a descubrir hasta la trigésimo segunda proposición del primer libro de Euclides. Su papá lo descubrió, no lo pudo creer, lloró. A los ocho años Pascal había, de algún modo, inventado las matemáticas. Nadie pudo negarle los libros, el papá entendió que no podía seguir encerrando esa macabeza, y Pe siguió estudiando matemáticas, solo, sin maestros, en sus ratos de recreo. A los 16 años ya era una eminencia en Paris. A los 18 empezó a estar mal de salud. A los 19 inventó la primera calculadora. A los 23 ya tenía escrito un tratado sobre el vacío que es una joya. Se basa en el descubrimiento de que todos los fenómenos atribuidos al horror del vacío no son causados por el vacío sino por el peso del aire.


A los veinticuatro vio a Dios, y, cuenta su hermana Gilberte Pascal, “renunció a los demás conocimientos, para dedicarse únicamente a lo único que Jesucristo considera necesario”.

En el principio fue la certeza de que todo lo que es objeto de la fe no lo es de la razón. Pascal, inconciente de lo que el pensamiento geométrico había hecho en su modo de entender a Dios, niega a la razón, niega a las matemáticas. Se sometió, dice su hermana, “como un niño” a los asuntos de la religión. Ni siquiera se interesó por el desarrolló de la Teología, despreciaba todas las ramas del intelecto y la filosofía. La única obra que quiso publicar en su vida, hoy conocida como los Pensamientos, es un compendio de anotaciones sueltas. Se siguió enfermando.



Entre otras molestias, le ocurría que no podía tragar nada líquido a no ser que estuviera caliente, e, incluso, solamente podía tomarlo gota a gota. Pero como además tenía un dolor de cabeza insoportable y un excesivo ardor de vientre tenía que tomar una serie de medicinas cada dos días, que había que calentárselas y hacérselas tragar gota a gota, sin que nunca se haya quejado. A los treinta años se retiró del mundo. Renunció “a todo placer y superfluidad”. Prescindió de sus empleados salvo para buscar comida en la ciudad, porque su enfermedad le prohibía transladarse. Se aprendió la Biblia de memoria. Era impresionantemente elocuente para expresar sus ideas, simple e intenso. Entregó su vida a convencer ateos y a dar consejos y aclaraciones a católicos con problemas de fe. Como el contacto con la gente muchas veces le daba placer, se hizo un cinturón de hierro lleno de puntas hacia adentro al que daba codazos cada vez que tenía una idea vanidosa o se regocijaba en algún razonamiento. No le permitía a nadie amarlo demasiado, “con apego”, porque creía que el único apego que hay que tener es hacia Dios. Donó todo. Tenía un estoicismo olímpico frente a la enfermedad, “porque conozco los peligros de la salud y las ventajas de la enfermedad”. “La enfermedad es el estado natural de los cristianos”, decía. Murió a los 39 años y dos meses de edad.


El año pasado estuve con mi novia en la montaña. Fue mi primer encuentro violento con la naturaleza. Durante esos 20 días de silencio casi absoluto, frente a un paisaje sin texto, leí solamente los Pensamientos de Pascal, una vez y otra, escribiendo en todos los márgenes del libro con dos lapiceras, una azul y otra verde. Esta noche (son las cuatro y cuarto de la madrugada del 14 de julio de 2009) volví a encontrar ese libro roto, escrito y desprolijo. Con Mari, mi novia, estamos mal, y pensar en ese viaje me angustia del todo. Los gatos duermen. Mi biblioteca está ordenada, el resto de la casa es un desastre. Cuando termine de escribir esto voy a andar en bicicleta por la ciudad hasta que amanezca.


En el margen, al final del artículo I del libro, escribí:

La crítica de Pascal es a la simplificación del hombre que, egoísticamente,supone que nuestra raza fue “arrojada” en un mundo (P. pareciera parodiar al existencialismo 200 años antes de Kierkgaard). Dios para Pascal es algo parecido al –prana-, una fuerza que está y respira en todas las cosas de la naturaleza, entre las que somos una más, y derivamos de las demás, y estamos en las demás, y siempre que pensemos y verbalicemos lo vamos a hacer desde las demás, ya que no tenemos una creatividad que invente elementos nuevos, sino que combina los conocidos, y todos los conocidos son anteriores, y todo lo anterior es naturaleza, es dios. Nuestro principio y nuestro fin es ese dios del que somos una parte minúscula, tan incapaz de entender a la totalidad que se siente “arrojada”, “ajena”.


El Artículo II empieza así:

INFINITO. NADA

Nuestra alma es echada en el cuerpo, en que ella encuentra número, tiempo, dimensión. Ella razona sobre esto, y llama a esto naturaleza, necesidad, y no puede creer en otra cosa.

La unidad añadida a lo infinito no le aumenta en nada, no más que un pie añadido a una medida infinita, y se convierte en pura nada. Así nuestro espíritu ante Dios. Así nuestra justicia ante la justicia divina.

(la traducción es de Carlos Ortega con correcciones mías)

Hago dos anotaciones, y desde ahora pascal en común y yo en cursiva:

Las leyes de la naturaleza son la justicia de dios que tenemos que ver y entender. Es severa y bella. Que “severo”, que algunos “cruel” sean negativos es problema nuestro. El miedo a la muerte, al despedazamiento (a la naturaleza) son problemas nuestros. De ahí los errores de la justicia humana.

En dios no hay lenguaje ni valores. El lenguaje es humano, los modelos que lo rigen son el “número, tiempo, dimensión” de nuestro cuerpo, son nuestra respiración. ¿La música?

Sigue P.:

Nosotros conocemos que hay un infinito e ignoramos su naturaleza, como sabemos que es falso que los números sean finitos; hay, pues, en verdad, un infinito en número, pero nosotros ignoramos lo que sea. Es falso que sea par y es falso que sea impar; porque añadiéndole una unidad no cambia de naturaleza; sin embargo es un número, y todo número es par o impar; verdad es que esto se entiende de todos los números infinitos.

Todo lo incomprensible, lo que nos es imposible, inabarcable, inestudiable, se llama dios.

Acepta lo incomprensible, la imposibilidad humana, pero solo ante dios.

La naturaleza de un hombre es la de la religión que elija. El estudio de la religión es el estudio de la verdadera naturaleza humana.

Ninguna religión, sino la nuestra, ha enseñado que el hombre nace del pecado.

La verdad como método.

Toda la conducta de las cosas debe tener por objeto el establecimiento y grandeza de la religión; los hombres deben tener en sí mismos sentimientos conformes con lo que ella nos enseña; y, en fin, ella debe ser totalmente el objeto y el centro a que todas las cosas tienden, que cualquiera que conozca los principios de la religión pueda dar razón de toda la naturaleza del hombre en particular, y de toda la conducta del mundo en general.

(…) Ella enseña, pues, a los hombres estas dos verdades a la vez: que hay un Dios de quien los hombres son capaces, y que hay una corrupción en la naturaleza que les hace indignos de ella.

Las grandezas y las miserias del hombre son tan visibles que es necesario que la verdadera religión nos enseñe que hay un gran principio de la grandeza del hombre, y que hay un gran principio de esta grandeza.

La religión como Vía, construída de materiales humanos, hacia lo divino. Sin una vía el infinito es invisible, pero la vía no es el infinito, la vía es humana, o ni siquiera: está construída por humanos, no es divina, no es ni humana.

Cada uno tiene la vía que pudo tener, cada uno es responsable de la suya.

¿Qué será del hombre? ¿Será igual a Dios o a las bestias? ¡Qué espantosa distancia! ¿Qué seremos, pues? ¿Quién no ve en eso que el hombre ande perdido, que ha caído de su lugar, que lo busca con inquietud, que no puede volverlo a encontrar?

Yo: hacer un producto para dios Y para las bestias.

En vano, oh mortales, buscáis en vosotros mismos el remedio a vuestras miserias. Todas vuestras luces no pueden alcanzar sino a conocer que no es dentro de vosotros mismos donde encontraréis la verdad del bien.

¿En Dios que está en este pasto?

Todo lo creado por el hombre es cognoscible y estudiable. Todo lo no creado por el hombre es inabarcable, es Dios. En términos absolutos. Veo este pasto y no hay ninguna cosa que sepa de él. Veo este libro y sé todo de él.

No esperéis, pues, verdad ni consuelo de los hombres. Yo soy la que os ha formado y yo sola puedo enseñaros lo que sois.

“La prueba de la naturaleza” que dice Juanele que dice Machado: Oponernos en soledad a ella para pensar en nosotros. La naturaleza no nos responde?

Para trascender pensar en el origen.

He aquí el estado en que los hombres se encuentran hoy. Les queda, de su primera naturaleza, algún instinto poderoso de felicidad; pero están sumergidos en las miserias de su ceguera y de su concupiscencia, que se ha convertido en su segunda naturaleza.

Conocer al hombre solo es posible conociendo su origen en la naturaleza, que estructura todo su pensar, sentir y hablar.

Nada choca a la razón tanto como decir que el pecado del primer hombre haya hecho culpables a todos aquellos que estando alejados de esta fuente parecen incapaces de participar de ella. Este derramarse del pecado no solo nos parece imposible: nos parece, además, muy injusto.

El hombre es naturaleza corrompida.

El cristianismo es extraño: ordena al hombre que reconozca que es vil y hasta abominable y le ordena que quiera parecerse a Dios. Sin un tal contrapeso esta elevación le convertiría en horriblemente vano, o aquel rebajamiento lo haría horriblemente abyecto.

Las vías del hombre deben ser contradictorias. Por una defensa de la contradicción.

No se encuentra en la religión cristiana ni un rebajamiento que convierte en incapaces del bien ni una santidad exenta de mal.

No hay doctrina más propia del hombre que ésta, que le instruye en su doble capacidad de recibir y de perder la gracia, a causa del doble peligro a que está siempre expuesto, de desesperación, y de orgullo.

La suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan. Cuando no conoce esto, la razón es débil. Dúdese donde es debido, afírmese donde es debido, empléese la sumisión donde es debido.



La fe dice, en verdad, lo que los sentidos no dicen, pero no lo contrario. Está por encima, no en contra.

La búsqueda de Dios (de la naturaleza, lo incomprensible, el infinito) se dio en la observación de Dios: La observación de Yo -menos- Lo Humano (lo no-Dios) = Lo Dios en Yo. La observación de la naturaleza.

Dios + humano observa a Dios = restar lo humano.

Odiamos eso de lo que queremos deshacernos cuando miramos la naturaleza, lo que nos sobra para ser uno con -.

Representarnos que Lo Humano desaparece para acercarnos a la estructura pura (que está en la naturaleza, sin lo humano).

Lo Humano es argumento.

Lo Divino es forma, estructura.

La religión es la vía para deshacernos del argumento y quedarnos con la forma.

—————- Lo Bueno, para mí, es ese Equilibrio.

La gracia no es más que la figura de la gracia, porque aquella no es el último fin. Ha sido figurada por la ley, y figura, a la vez, la gloria; pero ella es a la vez la figura y el principio o la causa.

Para mostrar que el Antiguo Testamento no es sino figuras, y que por los bienes temporales los profetas entendían otros bienes, basta pensar en que primeramente aquello sería indigno de un Dios. En segundo lugar, que sus discursos son oscuros, y que su sentido no será entendido, de lo cual aparece que su sentido no es el que expresaban al descubierto, y que, por consiguiente, entendían hablar de otros sacrificios, de otro libertador, etc. Decían que no se entenderá eso hasta el fin de los tiempos (Jeremías XXXIII, últ.)

La tercera prueba es que sus discursos son contradictorios y se destruyen, de suerte que, si se piensa que ellos no han entendido por la ley y por sacrificios otra cosa que los de Moisés, hay contradicción manifiesta y grosera: por consiguiente, ellos entendían otra cosa, lo cual explica que se contradijeran a veces en un mismo capítulo.

Contradicción como ampliador.

Pensar cómo un genio precisa maravillarse frente a lo que supera su razón: cómo lo busca.


(El designio de Dios es el de perfeccionar más la voluntad que el entendimiento. Pero la claridad perfecta no serviría más que el entendimiento, y perjudicaría a la voluntad.) Si no hubiese oscuridad, el hombre no sentiría su corrupción. Si no hubiese luz, el hombre no esperaría remedio. Así es, no solamente justo, sino útil para nosotros, que Dios esté en parte oculto, y en parte descubierto; ya que tan nocivo es conocer a Dios sin conocer la propia miseria como conocer la propia miseria sin conocer a Dios.

Buscar otros propósitos que pueda tener la oscuridad, además de los que señala Pascal en la Biblia.

- Por contraste: generar misterio en textos ricos desde su claridad.

- Como generadora de energía: crea en el lector un esfuerzo que posteriormente se sostendrá en partes menos oscuras.

- Como recreadora del efecto místico de una experiencia.

- Como presencia donde con claridad y desarrollo de ideas se progresó hacia lo innombrable.

- Como contrapunto, para transitar diversos registros.

La oscuridad en sí misma tiene un efecto pobre e insuficiente pero en dosis justas transmite experiencias de trascendencia muy alta.


Voy por la mitad del libro y estoy cansado de transcribir. Me acuerdo del momento en el que hice cada anotación, me muero de nostalgia viéndola a Mari buscar ramas secas mientras atardece para hacer una fogata y comer una polenta con vino en la orilla del lago Natación, con un frío de cagarse en pleno enero, dándole vueltas y vueltas en mi cabeza a la relación entre la geometría y las búsquedas espirituales, entre el cuerpo y lo abstracto, la respiración y la inexistencia del tiempo. ¿Pascal de verdad tomó la decisión de dedicarse a la vía mística? ¿Tuvo la opción? ¿Decidió ser un genio en las matemáticas? ¿Decidió extremar la fuerza de su enfermedad, de su terror, para sentirse más humilde, más cerca de Dios?

Porque yo siento que nunca en mi vida tomé una decisión. Nunca me dieron a elegir.

Supongo que Osvaldo Lamborghini también se estaría sintiendo un poco como Pascal (un Pascal poslacaniano y violado de chico) mientras, antes de morir, iba eligiendo las catorce palabras de su último poema:

no escribió
poesía
sin
embargo
la tenía

Toda
adentro: igual
desdeñoso
impertérrito
NO
ELEGÍA





domingo, 8 de agosto de 2010


Me gusta pensar en la reencarnación. Me gusta pensar que los que estamos en la tierra somos siempre los mismos, que somos desde el inicio de la vida los mismos individuos tratando de resolver el mismo problema, y que los movimientos del mundo en sus milenios son los de un solo ser orgánico. Que al final vamos a terminar enterándonos de que la vida es y siempre fue una sola, y de que siempre fue inevitable vivir, hasta ahora: y que en ese momento en que nos estemos enterando, ni un segundo después, se corte la luz de una vez y para siempre.
Todo es impermanente. Incluso el órden cósmico, todo cambia. Si se entiende esto, se entiende casi todo. Nosotros siempre hacemos categorías y nos cuesta aceptar las contradicciones. Todo es permanente si se mira el lado permanente. Todo es impermanente si se mira el lado impermanente. Los dos aspectos son verdaderos. Hay que considerar siempre los dos lados, no vivir eligiendo uno solo. El cuerpo es impermanente: se nace, se muere, como una burbuja en una corriente de agua. Pero lo esencial es la corriente de agua, que no murió nunca.
El padre y la madre se encuentran. El bebé nace y se convierte en energía. Crece, se casa, compra una casa, un auto. Al final muere. Entra en el ataúd. Su cuerpo se seca. El agua y la sangre de su cuerpo pasan a formar parte del aire o de la tierra, eso es la reencarnación. Los elementos subsisten eternamente, lo único que cambia es el aspecto natural. La historia del universo desde el big bang es la historia de la transformación de la materia. Nunca hubo absolutamente ningún cambio real, solamente cambios aparentes, a nivel de forma. Por lo tanto, hay permanencia y hay impermanencia al mismo tiempo. Existe la reencarnación y no existe la reencarnación. La llama de una vela al final de la noche, ¿Es la misma o es otra que al comienzo de la noche? Hay que abrazar las contradicciones, relajarse.
El siguiente es un texto de Borges y Alicia Jurado, parte del librito "¿Qué es el budismo?", su apartado sobre la transmigración.






LA TRANSMIGRACION

El budismo, que ahora es una religión, una teología, una mitología, una tradición pictórica y literaria, una metafísica o, mejor dicho, una serie de sistemas metafísicos que se excluyen, fue al principio una disciplina de salvación, una suerte de yoga (la palabra yoga es afín a la palabra latina iugum, «yugo»). El mismo Buddha se negó siempre a discusiones abstractas que le parecieron inútiles y formuló la famosa parábola del hombre herido por una flecha y que no se la deja arrancar antes de saber la casta, el nombre, los padres y el país de quien lo hirió. «Proceder así, dijo el Buddha, es correr peligro de muerte; yo enseño a quitar la flecha.» Con esta parábola respondió a quienes le preguntaban si el universo es infinito o finito, si es eterno o si ha sido creado.

Otra parábola refiere el caso de un grupo de ciegos de nacimiento que deseaban saber cómo era un elefante. Uno le tocó la cabeza y dijo que era como una tinaja; otro, la trompa y dijo que el elefante era como una serpiente; otro, las defensas y dijo que eran como rejas de arado; otro, el lomo y dijo que era como un granero; otro, la pata y dijo que era como un pilar. Análogo es el error de quienes pretenden saber qué es el universo.

De igual manera que la doctrina de Jesús presupone el Antiguo Testamento, la del Buddha presupone el hinduismo, del que ya era parte esencial la creencia en la transmigración. Esta creencia, que a primera vista puede parecer una fantasía, ha sido profesada por muy diversos pueblos en distintas épocas.

Entre los griegos, la doctrina se vincula a Pitágoras. Este, según Diógenes Laercio, dijo haber recibido de Hermes el don de recordar sus vidas pasadas; después de ser Euforbo fue Hermótimo y reconoció en un templo el escudo que aquél usó en la guerra de Troya. También los órficos enseñaron que el cuerpo es sepultura y cárcel del alma. Un fragmento de Empédocles de Agrigento dice: «He sido mancebo, doncella, arbusto, pájaro y mudo pez que surge del mar», También habló de su congoja y su llanto cuando vio la tierra y comprendió que iba a nacer en ese lugar. Platón, en el décimo libro de la República, narra la visión de un soldado herido que recorre los cielos y el Tártaro; allí ve el alma de Orfeo, que elige renacer en un cisne; la de Agamenón, que prefiere un águila, y la de Ulises, que alguna vez se llamó Nadie y ahora quiere ser un hombre modesto y oscuro. Según Platón, el ciclo de las reencarnaciones dura mil años, módica reducción griega de los kalpas o días de Brahma, que duran doce millones de años. Plotino, filósofo y místico, dice: «Las sucesivas reencarnaciones son como un sueño después de otro, o como dormir en camas distintas».

César atribuye la creencia en la transmigración a los druidas de Bretaña y de Galia. Un poema galés del siglo VI incluye esta enumeración heterogénea, que aprovecha las posibilidades literarias de tal doctrina:

He sido la hoja de una espada,
He sido una gota en el río,
He sido una estrella luciente
He sido una palabra en un libro,
He sido un libro en el principio,
He sido una luz en una linterna,
He sido un puente que atraviesa sesenta ríos,
He viajado como un águila,
He sido una barca en el mar,
He sido un capitán en la batalla,
He sido una espada en la mano,
He sido un escudo en la guerra,
He sido la cuerda de un arpa,
Durante un año estuve hechizado en la espuma del agua.



Los cabalistas hebreos distinguen dos especies de transmigración: Gilgul (revolución) o Ibbur (fecundación). Acerca de la primera, se lee en un libro de Isaac Luria: «El alma de quien ha derramado sangre transmigra al agua y es arrastrada de un lado a otro, infinitamente; el dolor es más fuerte en una cascada». En la segunda, el alma de un antepasado o maestro se infunde en el alma de un desdichado, para confortarlo e instruirlo.

Los hindúes no han intentado demostraciones de la doctrina de la reencarnación, que es evidente y axiomática para ellos. El Libro de la ley de Manu contiene estas palabras: «El asesino de un brahmán encarna en el cuerpo de un perro, de un puercoespín, asno, camello, toro, cabra, carnero, bestia salvaje, pájaro, chandala y pullkaza» , según las circunstancias del crimen.

«Quien roba vestidos de seda renace perdiz; si telas de lino, rana; si tejidos de algodón, garza; si una vaca, cocodrilo. Si roba perfumes selectos renace ratón almizclero; si orégano, pavo; si grano cocido, erizo, y si grano crudo, puercoespín. Si ha robado fuego renace grulla; si un utensilio doméstico, zángano; si vestidos encarnados, perdiz roja».

Una idea tan singular como esta de las transmigraciones del alma por cuerpos humanos, animales y aun vegetales, ha suscitado, como es natural, las reacciones más diversas. Citemos, a título de curiosidad, la hipótesis dietética de Voltaire. Según éste, los brahmanes juzgaron que un régimen carnívoro puede ser peligroso en la India y, para que la gente se abstuviera de comer carne, inventaron que las almas humanas suelen alojarse en cuerpos de animales. La prohibición hebrea de comer carne de cerdo se ha atribuido asimismo al temor de la triquinosis. Otra conjetura es que el rendimiento de la vaca es mayor como productora de leche que como animal de carne.

David Hume afirma que la doctrina de la reencarnación es la única que la filosofía puede aceptar y que todos los argumentos que prueban la inmortalidad del alma prueban también su preexistencia. Para Schopenhauer, hay en el mundo una sola esencia, la Voluntad, que asume todas las formas del universo; la transmigración es un mito que presenta de un modo sucesivo esa realidad eterna y ubicua.

En el Indostán, la doctrina de la transmigración implica una cosmología de infinitas aniquilaciones y creaciones periódicas. Al mencionar en primer término las aniquilacicnes, seguimos el ejemplo de los textos originales; este orden desconcertó a los investigadores europeos, quienes no comprendieron de inmediato que el propósito era eludir toda idea de un comienzo absoluto del universo, tal como el que, verbigracia, se enuncia en el primer versículo del Génesis. Cada ciclo dura un kalpa; ciertas ilustraciones clásicas pueden ayudarnos a concebir estos períodos casi infinitos. Imaginemos una montaña de piedra de dieciséis millas de altura; cada cien años la roza una tela finísima de Benares. Cuando ese roce haya gastado la alta montaña, no habrá pasado un kalpa. Notemos de paso que la astronomía moderna maneja cifras no menos vertiginosas.

La mente hindú se complace en la imaginación de vastos períodos de tiempo que, hasta hace poco, eran del todo ajenos a los hábitos de las mentes occidentales. En el siglo II de la era cristiana, el famoso teólogo Ireneo, obispo de Lyon, calculó seis mi años para la duración de la historia universal, correspondientes a los seis días del Génesis. Inversamente, a los hindúes les ha fascinado la contemplación y la fijación de plazos inmensos. Días, noches y años integran la vida de Brahma, pero cada día es un kalpa que equivale a 4.320.000.000 de años humanos. Cada kalpa comprende mil grandes períodos cósmicos, cada uno de los cuales se divide en cuatro yugas, llamadas Krita yuga o Edad de Oro, Trêta yuga o Edad de Plata, Dvâpara yuga o Edad de Bronce y Kali yuga o Edad de Hierro. La primera dura 4, 000 años divinos, es decir 1.440.000 años humanos (ya que un año divino es igual a 360 años humanos); la segunda dura 3.000 años divinos, es decir 1.080.000 años humanos; la tercera dura 2.000 años divinos, es decir 720.000 años humanos, y la cuarta, 1.000 años divinos, es decir 360.000 años humanos. Esta compleja y virtualmente ilimitada cronología fue inventada entre la época del Rig Veda y la del Mahabharata. Un pasaje de esta epopeya pone una larga exposición del sistema en boca del mono Hanuman, famoso como guerrero, mago y gramático.

Antes y después de cada yuga, hay un período llamado crepúsculo, cuya duración es una décima parte de la yuga. Así, la Krita yuga consta de 4.000 años divinos; su crepúsculo anterior es de 400, el posterior de otros 400, que, sumados a los 4.000 de la yuga, dan un total de 4.800 años divinos o 1.728.000 años humanos.

En cada yuga disminuyen la longevidad, la estatura y la ética de los hombres; en la primera, por ejemplo, todos los hombres eran brahmanes. La época que atravesamos es la última. Brahma no es inmortal; sus días y sus noches tienen fin al cabo de 36.000 kalpas; muere y lo sustituye otro Brahma, que retoma el juego de emanaciones y de aniquilaciones, y así infinitamente.

Lo primero que aparece en cada período es el palacio de Brahma: El dios recorre sus recintos vacíos y se siente muy solo. Piensa en las otras divinidades; éstas renacen en el mundo de Brahma porque ya han agotado el karma que les permitía vivir en cielos más altos: Brahma supone que los dioses han sido creados por su deseo; los dioses comparten ese error, porque Brahma estaba en el palacio antes que ellos. Luego van surgiendo el monte Meru, la tierra, los hombres y los infiernos.


Para el budismo se distinguen dos especies de kalpas, los vacíos y los búdicos. Durante los primeros no nacen Buddhas; durante los segundos, una flor de loto anuncia el lugar en que crecerá el Arbol de la Iluminación.

Si cada reencarnación es la consecuencia de una reencarnación anterior, si nuestras dichas y desdichas actuales dependen de lo que hicimos en la vida pasada, es evidente que no puede haber un primer término de la serie. Para el Buddha, cada uno de nosotros ya ha recorrido un número infinito de vidas, pero puede salvarse de recorrer infinitas vidas futuras si logra la liberación o Nirvana. Aclaremos que infinito no es, para el budismo, un sinónimo de indefinido o de innumerable; significa, como en las matemáticas, una serie sin principio ni fin. Nuestro pasado no es menos vasto ni menos insondable que nuestro futuro.

Hemos dicho que cada encarnación determina la subsiguiente; esta determinación constituye lo que las escuelas filosóficas de la India llaman el karma. La palabra es sánscrita y deriva de la raíz kri que significa «hacer» o «crear». El karma es la obra que incesantemente estamos urdiendo; todos los actos, todas las palabras, todos los pensamientos quizá todos los sueños producen, cuando el hombre muere, otro cuerpo (de dios, de hombre, de animal, de ángel, de demonio, de réprobo) y otro destino. Si el hombre muere con anhelo de vida en su corazón, vuelve a encarnar; es como si, al morir, plantara una semilla.

Radhakrishnan ha definido el karma como la ley de la conservación de la energía moral. También podemos considerarlo una interpretación ética de la ley de causalidad; en cada ciclo del universo, las cosas son obra de los actos humanos, que crean montañas, ríos, llanuras, ciénagas, bosques. Si los árboles dan fruto o si el trigo crece en los campos, los impulsa el mérito de los hombres. Según esta doctrina, la geografía es una proyección de la ética.

El karma obra de un modo impersonal. No hay una divinidad de tipo jurídico que distribuye castigos y recompensas; cada acto lleva en sí el germen de una recompensa o de un castigo que pueden no ocurrir inmediatamente, pero que son fatales. Christmas Humphreys escribe: «Al pecador no lo castigan por sus pecados; éstos lo castigan. Por consiguiente no existe el perdón y nadie puede otorgarlo». Por el mero hecho de ser un sustantivo, la palabra karma sugiere una entidad autónoma; conviene recordar que sólo es una propiedad de los actos, que según la índole de éstos inevitablemete producen consecuencias adversas o felices. Karma es la ley del universo, pero no ha sido promulgada por un legislador ni la aplica un juez. Su operación es inexorable; en el Dhammapada se lee: «Ni en el cielo, ni en mitad del mar, ni en las grietas más hondas de las montañas, hay un sitio en que el hombre pueda librarse de una acción malvada».

La creencia en el karma enseña a la gente a sobrellevar con resignación las desventuras. Paul Deussen refiere, que en Jaipur conversó con un mendigo ciego. Al preguntarle cómo había perdido la vista, el otro replicó: «En una vida anterior habré cometido algún crimen». En otras palabras: no hay sufrimiento inmerecido ni inmerecida felicidad. Los hindúes consideran la caridad como una ostentación y un error, ya que el desventurado no hace otra cosa que expiar culpas cometidas en una vida previa y tratar de ayudarlo es demorar el pago inexorable de esa deuda. Por eso, Gandhi condenó la fundación de asilos y de hospitales. En la India, la fe en la transmigración es tan profunda que a nadie se le ha ocurrido demostrarla, contrariamente a lo que ocurre en la cristiandad, que abunda en pruebas sin duda irrefutables de la existencia de Dios. Fuera del ejercicio del ascetismo, casi todas las buenas acciones consisten en ayudar al prójimo; si esa ayuda está prohibida, uno se pregunta qué buenas acciones nos quedan.


Karma es el nombre general de la ley, pero es también lo que los teósofos llaman el cuerpo kármico, es decir el organismo o estructura psíquica que los méritos y deméritos del hombre tejen durante su vida y que, después de la muerte, crean otro cuerpo que se desempeñará en otras circunstancias.

Para el budista, los conceptos de transmigración y de karma son instantános y hay quien los considera dos caras de la misma moneda. Para el occidental, el concepto de transmigración es claro o, a primera vista, parece claro, en tanto que el de karma se le antoja arbitrario y difícil. La teoría platónica o pitagórica de la transmigración presupone un alma que transmigra, una pura esencia inmortal que se aloja en un cuerpo y después en otro; el budismo, en cambio, niega la existencia de un Yo y recurre al karma para asegurar una continuidad de las diversas vidas. El concepto de una estructura complejísima que cada individuo va construyendo a lo largo de su vida se presta menos a la transmigración que el concepto de un alma individual que pasa de una forma corporal a otra forma. Esta inconcebible estructura, el karma, es acaso uno de las puntos débiles del budismo.

En el Visuddhimagga (Camino de la Pureza) está escrito: «En ninguna parte soy un algo para alguien, ni alguien es algo para mí». Análogamente, un contemporáneo del Buddha, Heráclito de Efeso, dijo: «Nadie baja dos veces al mismo río», sentencia comentada así por Plutarco: «El hombre de ayer ha muerto en el de hoy, el de hoy muere en el de mañana». El Camino de la Pureza declara: «El hombre de un momento futuro vivirá, pero no ha vivido ni vive. El hombre del momento presente vive, pero no ha vivido ni vivirá». Para el budismo, cada hombre es una ilusión, vertiginosamente producida por una serie de hombres momentáneos y solos. La apariencia de continuidad que una sucesión de imágenes produce en la pantalla cinematográfica puede ayudarnos a comprender esta idea un tanto desconcertante. En la filosofía moderna, tenemos el caso de Hume, para quien el individuo es un haz de percepciones que se suceden con increíble rapidez, y el de Bertrand Russell, para quien sólo hay actos impersonales, sin sujeto ni objeto.

La hipótesís de la impermanencia del individuo ha sugerido comentarios irónicos. Se cuenta que un brahmán expuso la doctrina a un soldado de Alejandro de Macedonia; el soldado lo dejó hablar y luego lo derribó de un puñetazo. Ante las protestas del brahmán, el converso le dijo: «Ni fui yo quien golpeó, ni eres tú el golpeado». De la fugacidad del hombre de Heráclito se burló el pitagórico Epicarmo en una comedia. Un deudor moroso alega que ya no es el contrayente de la deuda; el acreedor acepta la excusa y lo invita a cenar. Cuando el deudor llega al banquete, los esclavos lo expulsan, porque el acreedor ya no es la persona que hizo la invitación.

Una famosa obra apologética del siglo II, Las preguntas del Rey Milinda, refiere un debate cuyos interlocutores son el rey de la Bactriana, Milinda (Menandro) y el monje Nagasena. Este razona que, así como el carro del rey no es las ruedas ni la caja ni el eje ni la lanza ni el yugo, tampoco el hombre es la materia, la forma, las impresiones, las ideas, los instintos o la conciencia. No es la combinación de estas partes ni existe fuera de ellas. Los cinco elementos (skandhas) enumerados por el monje corresponden a una noción común de la psicología hindú; el penúltimo ha sido traducido también como subconsciencia o individualidad. Nagasena pregunta si la llama que arde al principio de la noche es la del fin; le responden que sí. Nagasena aplica estas analogías de la lámpara y de la llama al caso del hombre que, desde el nacimiento hasta la muerte, ni es el mismo ni es otro. Al cabo de varios días de diálogo, el rey griego se convierte a la fe del Buddha.



En el budismo hay seis condiciones para el hombre después de la muerte. Se las llama los Seis Caminos de la Transmigración y se las enumera así:

1) La condición de dios (deva). Estos seres han sido heredados de la mitología indostánica y, según ciertas autoridades, son treinta y tres: once para cada uno de los tres mundos. Deva y Deus proceden de la raíz div, que significa «resplandecer».

2) La condición de hombre. Esta es la más difícil de lograr. Una parábola nos habla de una tortuga que habita en el fondo del mar y asoma la cabeza cada cien años y de un anillo que flota en la superficie; tan improbable es que la tortuga ponga la cabeza en el anillo como que un ser, después de la muerte, encarne en un cuerpo humano. Esta parábola nos insta a no desaprovechar nuestra humanidad, ya que sólo los hombres pueden alcanzar el nirvana.

3) La condición de asura. Los asuras son enemigos de los devas y parcialmente corresponden a los gigantes de la mitología escandinava y a los titanes griegos. Una tradición los hace nacer de la ingle de Brahma; se cree que habitan bajo tierra y que tienen sus reyes propios. Afines a los asuras son los nagas, serpientes de rostro humano que moran en palacios subterráneos, donde conservan los libros esotéricos del budismo.

4) La condición animal. La zoología budista los clasifica en cuatro especies: los que no tienen pies, los que tienen dos pies, los que tienen cuatro pies y los que tienen muchos pies. Los jatakas refieren vidas anteriores del Buddha en cuerpos de animales.

5) La condición de preta. Son réprobos atormentados por el hambre y la sed; su vientre puede ser del tamaño de una montaña y su boca como el ojo de una aguja. Son negros, amarillos o azules, llenos de lepra y sucios. Algunos devoran chispas, otros quieren devorar su propia carne. Suelen animar los cadáveres y merodear por los cementerios.

6) La condición de ser infiernal. Sufren en lugares subterráneos, pero también pueden estar confinados en una roca, un árbol, una casa o una vasija. El juez de las Sombras habita en el centro de los infiernos y pregunta a los pecadores si no han visto al primer mensajero de los dioses (un niño), al segundo (un anciano), al tercero (un enfermo), al cuarto (un hombre torturado por la justicia), al quinto (un cadáver ya corrompido). El pecador los ha visto, pero no ha comprendido que eran símbolos y advertencias. El Juez lo condena al Infierno de Bronce, que tiene cuatro ángulos y cuatro puertas; es inmenso y está lleno de fuego. Al fin de muchos siglos una de las puertas se entreabre: el pecador logra salir y entra en el Infierno de Estiércol. Al fin de muchos siglos puede huir y entra en el Infierno de Perros. De éste, al cabo de siglos, pasará al Infierno de Espinas, del que regresará al Infierno de Bronce.



El primer texto toma algunas palabras de Deshimaru. Las fotos y pinturas son tomadas de distintos lugares de internet; las que intercalan con el texto de borges son de la película La Coleccionista, de Rohmer. El texto es pertenece a Qué es el budismo, Jorge Luis Borges y Alicia Jurado, 1976.